lunes, 31 de diciembre de 2012

Feliz Año a todos



 Feliz 2013


Cuando se aproxima el fin de un año, todos tenemos la esperanza de que nuestras vidas cambien a mejor, de poder exprimir al máximo las oportunidades que este nos brinde.

2012 termina con infinidad de cambios en mi vida, 2013 quizás los amortigüe y los provea de pizcas de ilusión.

Lo que espero que no cambie ni en este ni en ninguno de los venideros es lo agradecido que os estoy a todos por vuestro apoyo, por hacerme ver que hay gente buena y desinteresada que aunque sea con un oportuno me gusta en Facebook, tiene el poder de hacerme esbozar una sonrisa.

Feliz entrada de año a todos y que al menos 2/3 del 2013 os sean propicios (pedir felicidad para todo el año sería pedir por encima de nuestras posibilidades)



Alfonso...


domingo, 2 de diciembre de 2012

Vispera de Navidad




Víspera de Navidad

Noche densa y pastosa, un último cigarro al ir a dormir.
 Me asomo a la ventana y la veo.
Caminaba cabizbaja, perdida entre sombras y carámbanos helados.
Una figura de mujer oculta de miradas que nunca llegan, atraviesa el paramo que es la urbe en vísperas de navidad, como un reflejo que muere al nacer, como un rayo de luna oscurecido.
Se acerca a un montón de basura, nadie está mirando.
Su vida se hunde en un mar que seguro oculta el secreto de una traición.
Alongada sobre sus pequeños pies, trata de encontrar el tesoro que será su sustento vital.
Sobrevivir una noche más, algo para calmar las dentelladas de la bestia que habita su interior.
¡Maldita suerte que se obstina en favorecer a los necios!
Una bolsa repleta de manzanas mohosas. Se vio a sí misma, se dio asco, se odió y comenzó a llorar…
Tendida en la miseria, envuelta en embalajes, lanzó su llanto sin consuelo.
En los raidos cartones buscó su intimidad.
Solo tubo soledad, llanto seco que sesgaba más su piel, que enfriaba más su alma.
El mundo sigue adelante y a ella la atrapa la muerte.
Suenan las campanas de fondo, rugen villancicos por doquier.
Mañana seremos uno menos para cenar.

El año que perdimos la Navidad




El año que perdimos la Navidad

Erase una vez Diciembre.
Mucha gente permanecía en sus casas, pensativos, cabizbajos, pensando como harían este mes para poder llegar hasta Enero.
Otros muchos no podían preocuparse por esos detalles, ni tan siquiera permanecían en sus casas. 
Ya no las tenían.
Andrea no era una excepción. Sus ojos se plagaban de lágrimas cada vez que intentaba hacer la cuenta para pasar sus navidades.No sabía de donde sacar.
Andrea trabajaba de dependienta en una floristería.
Antonio, llevaba ya dos años en paro y su titulación de Arquitecto técnico no servía de mucho hoy en día.

Se habían planteado salir al extranjero, pero no era una decisión fácil de tomar. Por un lado su titulación no se convalidaba En Europa.
Por otro, aunque así fuera, supondría salir solo ya que perder el empleo de Andrea no era algo que se pudiesen permitir. 
Su hipoteca era lo primero, no podían perder su casa, era su único refugio, el bastión que les aferraba a la realidad. 
El irse fuera supondría una inversión que no sabía si estaba por encima de sus posibilidades, seguramente sí, ya que todo lo que habían hecho en esos años nos dicen que así fue.
Aparte supondría duplicar gastos de vivienda y tampoco las expectativas de ingresos en el extranjero eran muy grandes. Así que permanecían a la espera, agazapados, expectantes por un inminente cambio.

Lo irónico del tema – pensaba Andrea -  era que si no hubiesen metido sus ahorros en las dichosas preferentes ahora no estarían tan agobiados con la hipoteca. Ahora su banco no les llamaría a cualquier hora del día o de la noche para decirle que debían dos meses ni ella tendría que visitarles mil veces para que la recibiesen por el tema de su inversión.
Habían invertido veinticinco mil euros en Bancaja creyendo que ponían un plazo fijo y a la hora de retirar su dinero, resultó que no. 
Eso no sirvió para negociar con el mismo Bancaja las condiciones de pago de su hipoteca.
Era absurdo, tenia dinero en un banco y no se lo querían devolver pero este mismo si quería cobrar su hipoteca de la mísera nómina de Andrea.
Para colmo, no podían denunciar al banco ya que entre su sueldo y la prestación de Antonio, superaban el límite establecido para poder acudir a la justicia gratuita.
En cuestión de un año, su vida había dado un giro de 360º.
Pidieron libros prestados, quitaron a Marcos de las clases particulares que necesitaba por su ligera disminución psíquica, perdieron a la asistente que le enviaba el ayuntamiento para encargarse de él y si no se daban prisa en llamarla de la lista de espera de seguridad social, igual también le tocaría pagar la posible operación de Marcos que posiblemente resolvería su problema para siempre.
Andrea se sentaba junto a Antonio y Marcos todas las noches, se miraban y ya apenas se decían nada. 
Esperaban una reacción, un cambio en la actitud de los que les rodeaban, pero ni tan siquiera ellos tenían ya fuerzas para movilizarse.
Miraban las noticias en televisión esperando que se anunciase el fin de la crisis, el día en que sus vidas volverían a ser como antes, sin percatarse ni por un segundo, que eso no volvería a suceder jamás.
Erase una vez Enero.

Pasó la Navidad, pero este año no paró en España.

sábado, 13 de octubre de 2012

Desengaño y Esperanza







Desengaño y Esperanza



A veces miro al hombre, viva imagen de la muerte y solo viene a mí un atisbo de lo que pudo ser algún día.
Dañino como el piojo en tu cabeza, sorbe la sangre hasta dejarnos secos , al igual que nosotros hacemos con nuestra madre tierra e incluso con aquellos que nos miran fijamente a los ojos, pidiendo una respuesta.
¿Realmente fuimos alguna vez humanos o simples carroñeros a la espera de la muerte del agazapado?
Desgarramos, sesgamos a pedazos las entrañas de quien no es posible esperar una defensa.
Lloramos nuestra desgracia sin sufrir la del que te aferra por la mano, sin percibir que solo somos polvo en el centro de una laguna seca, sin dueño, muertos ambulantes a la espera de que no nos roce la hambruna, de que no nos golpee la acidez de la lluvia que forzamos nosotros mismos.
Algún día intentaremos ver con claridad lo que nos rodea, pero ya habremos devorado nuestros propios ojos e incluso los de nuestros hijos.
Piojos parásitos, buitres carroñeros, nada queda bueno en mi raza si alguna vez hubo.
Nada de que sentirse orgulloso, nada que cambie nuestro destino, nada que cierre nuestra caja de Pandora.
Caminaré con vértigo y sigilo, observando huracanes en vez de vientos, diluvios que debieron ser lloviznas.
Quitaré los guantes de mis manos y estaré preparado para la batalla final, la de la destrucción de estas vidas o la transformación en otras que siempre debieron permanecer.
Sin hoces ni martillos, sin rosas ni gaviotas, solo con la esperanza de que quien vela por nosotros tiene limpia la mirada, los oídos bien abiertos y unos brazos extendidos ofreciendo la verdad.