El año que perdimos
la Navidad
Erase una vez Diciembre.
Mucha gente permanecía en sus casas, pensativos, cabizbajos,
pensando como harían este mes para poder llegar hasta Enero.
Otros muchos no podían preocuparse por esos detalles, ni tan
siquiera permanecían en sus casas.
Ya no las tenían.
Andrea no era una excepción. Sus ojos se plagaban de
lágrimas cada vez que intentaba hacer la cuenta para pasar sus navidades.No
sabía de donde sacar.
Andrea trabajaba de dependienta en una floristería.
Antonio, llevaba ya dos años en paro y su titulación de
Arquitecto técnico no servía de mucho hoy en día.
Se habían planteado salir al extranjero, pero no era una
decisión fácil de tomar. Por un lado su titulación no se convalidaba En Europa.
Por otro, aunque así fuera, supondría salir solo ya que perder el empleo de
Andrea no era algo que se pudiesen permitir.
Su hipoteca era lo primero, no
podían perder su casa, era su único refugio, el bastión que les aferraba a la
realidad.
El irse fuera supondría una inversión que no sabía si estaba por
encima de sus posibilidades, seguramente sí, ya que todo lo que habían hecho en
esos años nos dicen que así fue.
Aparte supondría duplicar gastos de vivienda y
tampoco las expectativas de ingresos en el extranjero eran muy grandes. Así que
permanecían a la espera, agazapados, expectantes por un inminente cambio.
Lo irónico del tema – pensaba Andrea - era que si no hubiesen metido sus ahorros en
las dichosas preferentes ahora no estarían tan agobiados con la hipoteca. Ahora
su banco no les llamaría a cualquier hora del día o de la noche para decirle
que debían dos meses ni ella tendría que visitarles mil veces para que la
recibiesen por el tema de su inversión.
Habían invertido veinticinco mil euros en Bancaja creyendo
que ponían un plazo fijo y a la hora de retirar su dinero, resultó que no.
Eso
no sirvió para negociar con el mismo Bancaja las condiciones de pago de su
hipoteca.
Era absurdo, tenia dinero en un banco y no se lo querían devolver
pero este mismo si quería cobrar su hipoteca de la mísera nómina de Andrea.
Para colmo, no podían denunciar al banco ya que entre su
sueldo y la prestación de Antonio, superaban el límite establecido para poder
acudir a la justicia gratuita.
En cuestión de un año, su vida había dado un giro de 360º.
Pidieron libros prestados, quitaron a Marcos de las clases
particulares que necesitaba por su ligera disminución psíquica, perdieron a la
asistente que le enviaba el ayuntamiento para encargarse de él y si no se daban
prisa en llamarla de la lista de espera de seguridad social, igual también le tocaría
pagar la posible operación de Marcos que posiblemente resolvería su problema
para siempre.
Andrea se sentaba junto a Antonio y Marcos todas las noches,
se miraban y ya apenas se decían nada.
Esperaban una reacción, un cambio en la
actitud de los que les rodeaban, pero ni tan siquiera ellos tenían ya fuerzas
para movilizarse.
Miraban las noticias en televisión esperando que se
anunciase el fin de la crisis, el día en que sus vidas volverían a ser como
antes, sin percatarse ni por un segundo, que eso no volvería a suceder jamás.
Erase una vez Enero.
Pasó la Navidad, pero este año no paró
en España.