Sentado en el borde
de tu ausencia, aguardo la mustia señal
de una llamada.
Escucho
de nuevo sonar el piano y caigo rendido al reconocer la melodía que un día
compartimos.
Dócil
queda mi mirada, suspirando en su fuga, esparciendo el aliento que provoca un
halo.
No
consigo imaginar las antorchas de tus ojos, siempre fieles guías a mi morada.
Fronda
leve tu cabello, imposible ya de acariciar.
Insaciable instinto
de tocarte, aún en tiempo de evitarlo por la inefable inconveniencia de la
distancia que te separa de mí.
¿Sientes
temblar mis labios? No, tú ya no me percibes, no me adivinas como antes, no
entiendes que te piense, que te sienta, que te quiera si no estás.
Triste recorro la curva ceñida que creo
que me acerca al espacio ya desalojado por tu cuerpo.
Conservo
sin miedo la húmeda tierra que un día pisamos, perfil desgajado de una solitaria nube que cruzó nuestro destino,
desechando la posibilidad de dejar morir
nuestros abrazos en el páramo de tu locura.
Suena otra vez el piano.
Ya no está tu
melodía.
Desconecto la maraña que recorre
mis neuronas y vuelvo a la realidad.
Sentado en el borde
de tu ausencia tan solo te echo de menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario