viernes, 1 de abril de 2011

Doscientos Veintitrés Minutos



Mi amor tardó doscientos veintitrés minutos en morir.
Ocurrió a la orilla de una playa, en una cala donde nos reunimos un par de veces.
La cala más bonita que pudieron apreciar mis ojos en el breve espacio que permanecieron abiertos.
Estaba rodeada de árboles ventosos, donde una vez me dijiste “ ya lo entenderás”, mientras tendías tu mano a la mía y apretabas férreamente.

En esta ocasión, estaba más concurrida de lo normal.
Nunca me sentí tan solo rodeado de tanta gente.

Vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres, vi una plateada telaraña, vi todos los espejos del mundo y ninguno me reflejó junto a ti.
No vi tu violenta cabellera al viento, tu altivo cuerpo, el chocar de las olas con tu desnudez.
Un círculo de tierra seca donde antes hubo un árbol, se mostró ante mí. Alguien sesgó la vida que habíamos creado.
Vi un poniente que parecía reflejar el color de una rosa en perpetuo proceso de floración.
Vi la delicada osamenta de tu mano ,las sombras oblicuas de tus miradas, vi la circulación de mi propia sangre, recorriendo a borbotones los canales que esta vez salían de mi corazón.
Vi mi cara y la tuya, el amor y la muerte.
Me hizo temblar y lo entendí.
Sentí vértigo, lloré y me dejé morir.
Solo quien conoce el amor tiene el arma de tu destrucción.
Doscientos veintitrés minutos después muero para seguir vivo.

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